sábado, 30 de junio de 2007

358

 
“Las estrellas brillaban.” Nunca más esa dicha volverá tal cual. La anamnesis me colma y me desgarra.

 

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357

 
Es la anamnesis, que no encuentra sino rasgos insignificantes, de ningún modo dramáticos, como si me acordara del tiempo mismo y solamente del tiempo: es un perfume sin soporte, un grano de memoria, una simple fragancia; algo así como un gasto puro, tal como sólo el haiku japonés ha sabido decirlo, sin recuperarlo en ningún destino.

 


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anamnesis. (Del griego, recuerdo.) Parte del examen clínico que reúne todos los datos personales, hereditarios y familiares del enfermo, anteriores a le enfermedad. [DRAE, 1984]

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356

 
Un día me acordaré de la escena, me perderé en el pasado.

 

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355

 
¿Siempre visual, el cuadro? Puede ser sonoro, el marco puede ser lingual: puedo caer enamorado de una frase que se me dice: y no solamente porque me dice algo que viene a tocar mi deseo, sino a causa de su giro (de su círculo) sintáctico, que me llegará a habitar como un recuerdo.

 

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354

 
En la imagen fascinante, lo que me impresiona (como si fuera yo un papel sensible) no es la suma de sus detalles sino tal o cual inflexión. Del otro, lo que llega bruscamente a tocarme (a raptarme) es la voz, la caída de los hombros, la esbeltez de su silueta, la tibieza de la mano, el sesgo de una sonrisa, etc. Desde ese momento ¿qué me importa la estética de la imagen? Algo viene a ajustarse exactamente a mi deseo (del que ignoro todo); no haré pues ninguna preferencia de estilo.

 

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353

 
Cualquiera que hubiese entendido mi lenguaje íntimo no habría podido menos que exclamar, como se lo hace de un niño difícil: pero en fin, ¿qué quiere?

 

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352

 
Puedo hacerlo todo con mi lenguaje, pero no con mi cuerpo. Lo que oculto mediante mi lenguaje lo dice mi cuerpo. Puedo modelar mi mensaje a mi gusto, pero no mi voz. En mi voz, diga lo que diga, el otro reconocerá que “tengo algo”. Soy mentiroso (por preterición), no comediante. Mi cuerpo es un niño encaprichado, mi lenguaje es un adulto muy civilizado...

 

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sábado, 23 de junio de 2007

351

 
Potencia del lenguaje: con mi lenguaje puedo hacerlo todo: incluso y sobre todo no decir nada.

 

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350

 
Los signos verbales tendrán a su cargo acallar, enmascarar, dar gato por liebre: no daré jamás cuenta, verbalmente, de los excesos de mi sentimiento.

 

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349

 
Ocultar totalmente una pasión (o incluso simplemente su exceso) es inconcebible: no porque el sujeto humano sea demasiado débil, sino porque la pasión está hecha, en esencia, para ser vista: es preciso que el ocultar se vea: sepan que estoy ocultándoles algo, tal es la paradoja activa que debo resolver: es preciso al mismo tiempo que se sepa y que no se sepa: que se sepa que no lo quiero mostrar: he aquí el mensaje que dirijo al otro. Lavartus prodeo: me adelanto señalando mi máscara con el dedo: pongo una máscara a mi pasión pero con un dedo discreto (y ladino) señalo esa máscara.

 

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348

 
Las señales de esta pasión amenazan con asfixiar al otro. ¿No es preciso ahora, justamente porque lo amo, ocultarle cuánto lo amo? Veo al otro con una doble mirada: a veces lo veo como objeto, a veces como sujeto; vacilo entre la tiranía y la oblación. Me aprisiono a mí mismo en un chantaje: si amo al otro, estoy obligado a querer su bien; pero no puedo entonces más que hacerme mal: trampa: estoy condenado a ser un santo o un monstruo: santo no puedo, monstruo no quiero: por consiguiente, tergiverso: muestro un poco de mi pasión.

 

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347

 
La tontería es ser sorprendido. El enamorado lo es incesantemente: no tiene tiempo de transformar, de saber de qué se trata, de proteger. Tal vez conozca su tontería pero no la censura. Más aún: su tontería actúa como un clivaje, como una perversión: es tonto, dice, y sin embargo... es cierto.

 

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346

 
Inversión histórica: no es ya lo sexual lo que es indecente; es lo sentimental —censurado en nombre de lo que no es, en el fondo, más que otra moral.

 

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345

 
Como una mala sala de concierto, el espacio afectivo tiene rincones muertos, donde el sonido no circula. —El interlocutor perfecto, el amigo, ¿no es entonces el que construye en torno nuestro la mayor resonancia posible? ¿No puede definirse la amistad como un espacio de sonoridad total?

 

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domingo, 17 de junio de 2007

344

 
El otro es desfigurado por su mutismo, como en esos sueños horrorosos en que una persona amada se nos aparece con la parte inferior del rostro íntegramente borrada, privada de su boca; y yo, que hablo, también estoy desfigurado: el soliloquio hace de mí un monstruo, una enorme lengua.

 

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343

 
A veces, con terror, tomo conciencia de ese vuelco: yo, que me creía puro sujeto (sujeto sujetado: frágil, delicado, lastimero), me veo convertido en una cosa obtusa, que anda a ciegas, que aplasta todo bajo su discurso; yo, que amo, soy indeseable, alineado en las filas de los fastidiosos: los que son pesados, molestan, se inmiscuyen, complican, reclaman, intimidan (o más simplemente: los que hablan). Me he equivocado, monumentalmente.

 

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342

 
Planteo siempre la misma pregunta (¿seré amado?), y esta pregunta es alternativa: todo o nada; no concibo que las cosas maduren, que sean sustraídas a la oportunidad del deseo. No soy dialéctico. La dialéctica diría: la hoja no caerá, y después cae; pero entretanto habrás cambiado y no te plantearás ya la pregunta.

 

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341

 
Me pongo a llorar para probarme que mi dolor no es una ilusión: las lágrimas son signos, no expresiones. A través de mis lágrimas cuento una historia, produzco un mito del dolor y desde ese momento me acomodo en él: puedo vivir con él, porque, al llorar, me doy un interlocutor enfático que resume el más “verdadero” de los mensajes, el de mi cuerpo, no el de mi lengua: “Las palabras ¿qué son? Una lágrima dirá más.”

 

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340

 
¿Quién hará la historia de las lágrimas? ¿En qué sociedades, en qué tiempos se ha llorado? ¿Desde cuándo los hombres (y no las mujeres) ya no lloran? ¿Por qué la “sensibilidad” en cierto momento se ha vuelto “sensiblería”? Las imágenes de la virilidad son movedizas; los Griegos, la gente del siglo XVII, lloraban mucho en el teatro. San Luis, al decir de Michelet, sufría por no haber recibido el don del llanto; una vez que sintió las lágrimas recorrer dulcemente por su rostro, “le parecieron muy sabrosas y dulcísimas, no solamente al corazón sino también a la boca.” (Del mismo modo: en 1199, un joven monje se pone en camino hacia una abadía cisterciense, en el Brabante, para obtener con sus plegarias el don de las lágrimas.)

 

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339

 
La amistad mundana es epidémica: todo el mundo la contrae, como una enfermedad.

 

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338

 
Ningún amor es original. (La cultura de masas es máquina de mostrar el deseo: he aquí lo que debe interesarte, dice, como si adivinara que los hombres son incapaces de encontrar por sí solos qué desear.)

 

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sábado, 9 de junio de 2007

337

 
“No llego a conocerte” quiere decir: “No sabré jamás lo que piensas verdaderamente de mí.” No puedo descifrarte porque no sé cómo me descifras.

 

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336

 
La imagen es perentoria, tiene siempre la última palabra; ningún conocimiento puede contradecirla, arreglarla, sutilizarla.

 

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335

 
He aquí, pues, la definición de la imagen, de toda imagen: la imagen es aquello de lo que estoy excluido. Al contrario que en esos acertijos en que el cazador está secretamente dibujado entre las hojas de los árboles, yo no estoy en la escena: la imagen carece de enigma.

 

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334

 
La imagen se destaca; es pura y limpia como una letra: es la letra de lo que me hace mal. Precisa, completa, acabada, definitiva, no me deja ningún lugar.

 

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333

 
Las habladurías reducen al otro a él/ella, y esta reducción me es insoportable. El otro no es para mí ni él ni ella; no tiene más que su propio nombre, su nombre propio. El pronombre de tercera persona es un pronombre pobre: es el pronombre de la no-persona, ausenta, anula. Cuando compruebo que el discurso ordinario se adueña de mi otro y me lo devuelve bajo las especies exangües de un sustituto universal, aplicado a todas las cosas que no están ahí, es como si lo viera muerto, reducido, colocado en una urna en el muro del gran mausoleo del lenguaje.

 

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332

 
Cuando la ciencia habla llego a veces a escuchar su discurso como el rumor de una habladuría que propala y critica ligeramente, fría y objetivamente, lo que amo: que habla de ello según la verdad.

 

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331

 
Toda obediencia a los ritos mundanos aparece como una complacencia del ser amado, y esta complacencia altera su imagen.

 

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