sábado, 7 de julio de 2007

363

 
Para que una cosa sea sabida es necesario que sea dicha; pero también, desde que es dicha, muy provisionalmente, es verdad.

 

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362

 
La Idea es siempre una escena patética que imagino y de la que me conmuevo; en suma, un teatro. Y es la naturaleza teatral de la Idea de lo que saco provecho: este teatro, de género estoico, me engrandece, me da estatura.

 

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361

 
En el temor común —el que precede alguna actividad difícil de cumplir—, me veo en el futuro en un estado de fracaso, de impostura, de escándalo.

 

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360

 
Lo que resuena en mí es lo que aprendo con mi cuerpo: algo tenue y agudo despierta bruscamente a ese cuerpo que, entretanto, se embotaba en el conocimiento razonado de una situación general: la palabra, la imagen, el pensamiento, actúan a la manera de un latigazo.

 

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359

 
Lo imperfecto es el tiempo de la fascinación: parece estar vivo y sin embargo no se mueve: presencia imperfecta, muerte imperfecta; ni olvido ni resurrección; simplemente el señuelo agotador de la memoria. Desde el origen, ávidas de representar un papel, las escenas se ponen en posición de recuerdo.

 

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sábado, 30 de junio de 2007

358

 
“Las estrellas brillaban.” Nunca más esa dicha volverá tal cual. La anamnesis me colma y me desgarra.

 

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357

 
Es la anamnesis, que no encuentra sino rasgos insignificantes, de ningún modo dramáticos, como si me acordara del tiempo mismo y solamente del tiempo: es un perfume sin soporte, un grano de memoria, una simple fragancia; algo así como un gasto puro, tal como sólo el haiku japonés ha sabido decirlo, sin recuperarlo en ningún destino.

 


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anamnesis. (Del griego, recuerdo.) Parte del examen clínico que reúne todos los datos personales, hereditarios y familiares del enfermo, anteriores a le enfermedad. [DRAE, 1984]

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356

 
Un día me acordaré de la escena, me perderé en el pasado.

 

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355

 
¿Siempre visual, el cuadro? Puede ser sonoro, el marco puede ser lingual: puedo caer enamorado de una frase que se me dice: y no solamente porque me dice algo que viene a tocar mi deseo, sino a causa de su giro (de su círculo) sintáctico, que me llegará a habitar como un recuerdo.

 

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354

 
En la imagen fascinante, lo que me impresiona (como si fuera yo un papel sensible) no es la suma de sus detalles sino tal o cual inflexión. Del otro, lo que llega bruscamente a tocarme (a raptarme) es la voz, la caída de los hombros, la esbeltez de su silueta, la tibieza de la mano, el sesgo de una sonrisa, etc. Desde ese momento ¿qué me importa la estética de la imagen? Algo viene a ajustarse exactamente a mi deseo (del que ignoro todo); no haré pues ninguna preferencia de estilo.

 

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353

 
Cualquiera que hubiese entendido mi lenguaje íntimo no habría podido menos que exclamar, como se lo hace de un niño difícil: pero en fin, ¿qué quiere?

 

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352

 
Puedo hacerlo todo con mi lenguaje, pero no con mi cuerpo. Lo que oculto mediante mi lenguaje lo dice mi cuerpo. Puedo modelar mi mensaje a mi gusto, pero no mi voz. En mi voz, diga lo que diga, el otro reconocerá que “tengo algo”. Soy mentiroso (por preterición), no comediante. Mi cuerpo es un niño encaprichado, mi lenguaje es un adulto muy civilizado...

 

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sábado, 23 de junio de 2007

351

 
Potencia del lenguaje: con mi lenguaje puedo hacerlo todo: incluso y sobre todo no decir nada.

 

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350

 
Los signos verbales tendrán a su cargo acallar, enmascarar, dar gato por liebre: no daré jamás cuenta, verbalmente, de los excesos de mi sentimiento.

 

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349

 
Ocultar totalmente una pasión (o incluso simplemente su exceso) es inconcebible: no porque el sujeto humano sea demasiado débil, sino porque la pasión está hecha, en esencia, para ser vista: es preciso que el ocultar se vea: sepan que estoy ocultándoles algo, tal es la paradoja activa que debo resolver: es preciso al mismo tiempo que se sepa y que no se sepa: que se sepa que no lo quiero mostrar: he aquí el mensaje que dirijo al otro. Lavartus prodeo: me adelanto señalando mi máscara con el dedo: pongo una máscara a mi pasión pero con un dedo discreto (y ladino) señalo esa máscara.

 

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348

 
Las señales de esta pasión amenazan con asfixiar al otro. ¿No es preciso ahora, justamente porque lo amo, ocultarle cuánto lo amo? Veo al otro con una doble mirada: a veces lo veo como objeto, a veces como sujeto; vacilo entre la tiranía y la oblación. Me aprisiono a mí mismo en un chantaje: si amo al otro, estoy obligado a querer su bien; pero no puedo entonces más que hacerme mal: trampa: estoy condenado a ser un santo o un monstruo: santo no puedo, monstruo no quiero: por consiguiente, tergiverso: muestro un poco de mi pasión.

 

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347

 
La tontería es ser sorprendido. El enamorado lo es incesantemente: no tiene tiempo de transformar, de saber de qué se trata, de proteger. Tal vez conozca su tontería pero no la censura. Más aún: su tontería actúa como un clivaje, como una perversión: es tonto, dice, y sin embargo... es cierto.

 

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346

 
Inversión histórica: no es ya lo sexual lo que es indecente; es lo sentimental —censurado en nombre de lo que no es, en el fondo, más que otra moral.

 

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345

 
Como una mala sala de concierto, el espacio afectivo tiene rincones muertos, donde el sonido no circula. —El interlocutor perfecto, el amigo, ¿no es entonces el que construye en torno nuestro la mayor resonancia posible? ¿No puede definirse la amistad como un espacio de sonoridad total?

 

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domingo, 17 de junio de 2007

344

 
El otro es desfigurado por su mutismo, como en esos sueños horrorosos en que una persona amada se nos aparece con la parte inferior del rostro íntegramente borrada, privada de su boca; y yo, que hablo, también estoy desfigurado: el soliloquio hace de mí un monstruo, una enorme lengua.

 

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343

 
A veces, con terror, tomo conciencia de ese vuelco: yo, que me creía puro sujeto (sujeto sujetado: frágil, delicado, lastimero), me veo convertido en una cosa obtusa, que anda a ciegas, que aplasta todo bajo su discurso; yo, que amo, soy indeseable, alineado en las filas de los fastidiosos: los que son pesados, molestan, se inmiscuyen, complican, reclaman, intimidan (o más simplemente: los que hablan). Me he equivocado, monumentalmente.

 

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342

 
Planteo siempre la misma pregunta (¿seré amado?), y esta pregunta es alternativa: todo o nada; no concibo que las cosas maduren, que sean sustraídas a la oportunidad del deseo. No soy dialéctico. La dialéctica diría: la hoja no caerá, y después cae; pero entretanto habrás cambiado y no te plantearás ya la pregunta.

 

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341

 
Me pongo a llorar para probarme que mi dolor no es una ilusión: las lágrimas son signos, no expresiones. A través de mis lágrimas cuento una historia, produzco un mito del dolor y desde ese momento me acomodo en él: puedo vivir con él, porque, al llorar, me doy un interlocutor enfático que resume el más “verdadero” de los mensajes, el de mi cuerpo, no el de mi lengua: “Las palabras ¿qué son? Una lágrima dirá más.”

 

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340

 
¿Quién hará la historia de las lágrimas? ¿En qué sociedades, en qué tiempos se ha llorado? ¿Desde cuándo los hombres (y no las mujeres) ya no lloran? ¿Por qué la “sensibilidad” en cierto momento se ha vuelto “sensiblería”? Las imágenes de la virilidad son movedizas; los Griegos, la gente del siglo XVII, lloraban mucho en el teatro. San Luis, al decir de Michelet, sufría por no haber recibido el don del llanto; una vez que sintió las lágrimas recorrer dulcemente por su rostro, “le parecieron muy sabrosas y dulcísimas, no solamente al corazón sino también a la boca.” (Del mismo modo: en 1199, un joven monje se pone en camino hacia una abadía cisterciense, en el Brabante, para obtener con sus plegarias el don de las lágrimas.)

 

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339

 
La amistad mundana es epidémica: todo el mundo la contrae, como una enfermedad.

 

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338

 
Ningún amor es original. (La cultura de masas es máquina de mostrar el deseo: he aquí lo que debe interesarte, dice, como si adivinara que los hombres son incapaces de encontrar por sí solos qué desear.)

 

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sábado, 9 de junio de 2007

337

 
“No llego a conocerte” quiere decir: “No sabré jamás lo que piensas verdaderamente de mí.” No puedo descifrarte porque no sé cómo me descifras.

 

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336

 
La imagen es perentoria, tiene siempre la última palabra; ningún conocimiento puede contradecirla, arreglarla, sutilizarla.

 

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335

 
He aquí, pues, la definición de la imagen, de toda imagen: la imagen es aquello de lo que estoy excluido. Al contrario que en esos acertijos en que el cazador está secretamente dibujado entre las hojas de los árboles, yo no estoy en la escena: la imagen carece de enigma.

 

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334

 
La imagen se destaca; es pura y limpia como una letra: es la letra de lo que me hace mal. Precisa, completa, acabada, definitiva, no me deja ningún lugar.

 

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333

 
Las habladurías reducen al otro a él/ella, y esta reducción me es insoportable. El otro no es para mí ni él ni ella; no tiene más que su propio nombre, su nombre propio. El pronombre de tercera persona es un pronombre pobre: es el pronombre de la no-persona, ausenta, anula. Cuando compruebo que el discurso ordinario se adueña de mi otro y me lo devuelve bajo las especies exangües de un sustituto universal, aplicado a todas las cosas que no están ahí, es como si lo viera muerto, reducido, colocado en una urna en el muro del gran mausoleo del lenguaje.

 

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332

 
Cuando la ciencia habla llego a veces a escuchar su discurso como el rumor de una habladuría que propala y critica ligeramente, fría y objetivamente, lo que amo: que habla de ello según la verdad.

 

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331

 
Toda obediencia a los ritos mundanos aparece como una complacencia del ser amado, y esta complacencia altera su imagen.

 

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sábado, 19 de mayo de 2007

330

 
El mundo está lleno de vecinos indiscretos, con los que debo compartir al otro.

 

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329

 
Nada más desgarrador que una voz amada y fatigada: voz extenuada, rarificada, exangüe, podría decirse, voz del fin del mundo, que va a sumergirse muy lejos en aguas frías: está a punto de desaparecer, como el ser fatigado está a punto de morir: la fatiga es el infinito mismo: lo que no termina de acabar.

 

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328

 
Llamo, pero lo que viene no es más que una sombra.

 

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327

 
En la transferencia, se espera siempre —en lo del médico, el profesor, el analista. Más aún: si espero frente a la ventanilla de un banco, en la partida de un avión, establezco enseguida un vínculo agresivo con el empleado, con la azafata, cuya indiferencia descubre e irrita mi sujeción; de modo que se puede decir que, en dondequiera que haya espera, hay transferencia: dependo de una presencia que se divide y pone tiempo a su darse; como si se tratase de hacer caer mi deseo, de agotar mi necesidad. Hacer esperar: prerrogativa constante de todo poder, “pasatiempo milenario de la humanidad.”

 

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326

 
Saber que no se escribe para el otro, saber que esas cosas que voy a escribir no me harán jamás amar por quien amo, saber que la escritura no compensa nada, no sublima nada, que es precisamente ahí donde no estás: tal es el comienzo de la escritura.

 

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325

 
El lenguaje de lo Imaginario no sería otra cosa que la utopía del lenguaje; lenguaje completamente original, paradisiaco, lenguaje de Adán, lenguaje “natural”, exento de deformación o de ilusión, espejo límpido de nuestros sentidos, lenguaje sensual.

 

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324

 
Escritor, o pensándome tal, continúo engañándome sobre los efectos del lenguaje: no sé que la palabra “sufrimiento” no expresa ningún sufrimiento y que, por consiguiente, emplearla, no solamente es no comunicar nada, sino que incluso, muy rápidamente, es provocar irritación (sin hablar del ridículo).

 

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domingo, 6 de mayo de 2007

323

 
Escribir sobre algo es volverlo caduco.

 

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322

 
No puedo escribirme. ¿Cuál es ese yo que se escribiría? A medida que ese yo entrara en la escritura, ésta lo desinflaría; lo volvería vano.

 

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321

 
Por una parte es no decir nada y por la otra es decir demasiado: imposible el ajuste. Mis deseos de expresión oscilan entre el jaiku muy apagado, capaz de resumir una situación desmedida, y un gran torrente de trivialidades. Soy a la vez demasiado grande y demasiado débil para la escritura: estoy a su vera, porque es siempre concisa, violenta, indiferente al yo infantil que la solicita. Cierto que el amor tiene parte ligada con mi lenguaje (que lo alimenta), pero no puede alojarse en mi escritura.

 

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320

 
¿Qué es un héroe? Aquél que tiene la última réplica. ¿Se ha visto alguna vez un héroe que no hable antes de morir? Renunciar a la última réplica (rechazar la escena) revela pues una moral antiheroica: es la de Abraham: hasta el final del sacrificio que se le ordena, no habla. O más aún, respuesta más subversiva, por menos cubierta (el silencio es siempre un hermoso paño), se reemplaza la última réplica por una pirueta incongruente: es lo que hizo ese maestro zen que, por toda respuesta a la solenme pregunta: “¿Quién es Buda?”, se quitó las sandalias, las puso sobre su cabeza y se fue: disolución impecable de la última réplica, dominio del no-dominio.

 

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319

 
La escena se desarrolla con vistas a ese triunfo; no se trata de ningún modo de que cada réplica concurra a la victoria de una verdad y construya poco a poco esta verdad, sino solamente que la última réplica sea la buena: es el último golpe de dados lo que cuenta. La escena no se parece en nada a un juego de ajedrez sino más bien a un juego de sortija: no obstante, el juego es aquí revertido, puesto que la victoria corresponde a aquel que logra tener el anillo en su mano en el momento mismo en que el juego se detiene; la sortija corre a todo lo largo de la escena, la victoria pertenece al que capture a ese pequeño animal, cuya posesión asegurará la omnipotencia: la última réplica.

 

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317

 
Insignificante, la escena lucha sin embargo con la insignificancia. Todo participante de una escena sueña con tener la última palabra. Hablar el último, “concluir”, es dar un destino a todo lo que se ha dicho, es dominar, poseer, dispensar, asestar el sentido; en el espacio de la palabra, lo que viene último ocupa un lugar soberano, guardado, de acuerdo con un privilegio regulado, por los profesores, los presidentes, los jueces, los confesores: todo combate del lenguaje (maché de los antiguos Sofistas, disputatio en los Escolásticos) se dirige a la posesión de ese lugar; mediante la última palabra voy a desorganizar, a “liquidar” al adversario, voy a infligirle una herida (narcísica) mortal, voy a reducirlo a silencio, voy a castrarlo de toda palabra.

 

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316

 
Ninguna escena tiene un sentido, ninguna progresa hacia un esclarecimiento o una transformación. La escena no es práctica ni dialéctica; es lujosa, ociosa: tan inconsecuente como un orgasmo perverso: no marca, no mancha.

 

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sábado, 5 de mayo de 2007

315

 
Como el amor, la escena es siempre recíproca. La escena es pues interminable, como el lenguaje: es el lenguaje mismo capturado en su infinito, es esa “adoración perpetua” que hace que, desde que el hombre existe, no cese de hablar.

 

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314

 
Con la primera escena, el lenguaje comienza su larga carrera de cosa agitada e inútil.

 

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313

 
Cuando dos sujetos disputan de acuerdo con un intercambio regulado de réplicas y con vistas a tener la “última palabra”, estos dos sujetos están ya casados: la escena es para ellos el ejercicio de un derecho, la práctica de un lenguaje del que son copropietarios; cada uno a su turno dice la escena, lo que quiere decir: jamás tú sin mí, y recíprocamente. Tal es el sentido de lo que se llama eufemísticamente el diálogo: no escucharse el uno al otro sino servirse en común de un principio igualitario de repartición de los bienes de la palabra. Los participantes saben que el enfrentamiento al que se entregan y que no los separará es tan inconsecuente como un goce perverso (la escena sería una manera de darse placer sin el riesgo de engendrar niños).

 

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312

 
La “mutabilidad perpetua” (in inconstantia constans) de la cual estoy animado, lejos de comprimir a todos los que encuentro bajo un mismo tipo funcional (no responder a mi demanda), disloca con violencia su falsa comunidad: el errabundeo no alinea, seduce: lo que vuelve es el matiz. Voy así, hasta el final del tapiz, de un matiz a otro (el matiz es el último estado del color que no puede ser nombrado: el matiz es lo Intratable).

 

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311

 
A lo largo de una vida, todos los “fracasos” amorosos se parecen (y con razón: todos proceden de la misma falla). X... e Y... no han sabido (podido, querido) responder a mi “demanda”, adherir a mi “verdad”; no han cambiado un ápice su sistema; para mí, uno no hizo sino repetir al otro. Y sin embargo, X... e Y... son incomparables; es de su diferencia, modelo de una diferencia infinitamente renovada, de donde extraigo la energía para recomenzar.

 

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310

 
Me veo comido de dientes afuera por la palabra de los otros, disuelto en el éter de las Habladurías. Y las habladurías continuarán sin que yo sepa ya, desde hace tiempo, el objeto: una energía lingual, fútil e incansable, podrá más que mi recuerdo mismo.

 

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309

 
A veces, en el instante de un relámpago, me despierto y revierto mi caída. A fuerza de esperar con angustia en la habitación de un gran hotel desconocido, en el extranjero, lejos de todo mi pequeño mundo habitual, de repente brota en mí una frase potente: “Pero ¿qué demonios hago allí?”

 

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jueves, 26 de abril de 2007

308

 
Un loco que escribe no es jamás completamente loco; es un falsificador: ningún elogio de la locura es posible.

 

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307

 
Mi mirada es implacable, como la de un muerto; no me divierte ningún teatro, así sea risible, no acepto ningún guiño; estoy cerrado a todo “tráfico asociativo”.

 

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306

 
¿Qué relación puedo tener con un poder si no soy ni su esclavo, ni su cómplice, ni su testigo?

 

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305

 
El mundo está completo, la plenitud es su sistema, y, como una última ofensa, ese sistema se presenta como una “naturaleza” con la que debo mantener buenas relaciones.

 

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304

 
¿No es eso el lenguaje: un estado de exhibición?

 

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303

 
Toda conversación general en la que estoy obligado a asistir (si no a participar) me desuella, me deja aterido. Me parece que el lenguaje de los otros, del que estoy excluido, esos otros lo sobremplean irrisoriamente: afirman, contestan, presumen, alardean.

 

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302

 
¿Cómo rechazar un demonio (viejo problema)? Los demonios, sobre todo si son de lenguaje (¿y de qué otra cosa serían?), se combaten con el lenguaje. Puedo pues esperar exorcizar (por mí mismo) la palabra demoníaca que se me sugiere sustituyéndola (si tengo el talento del lenguaje) por otra palabra, más apacible (me encamino a la eufemia).

 

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domingo, 22 de abril de 2007

301

 
Cuando se rechaza a un demonio, cuando por fin le impongo silencio (por azar o por lucha), hay otro que levanta la cabeza a la vera y se pone a hablar.

 

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300

 
No puedo pues darte lo que he creído escribir para ti.

 

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299

 
No hay ninguna benevolencia en la escritura sino más bien un terror: sofoca al otro, que, lejos de percibir en ella la donación, lee una afirmación de dominio, de poder, de goce, de soledad.

 

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298

 
La escritura es seca, obtusa; es una especie de apisonadora; sigue su curso, indiferente, sin delicadeza.

 

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297

 
El canto es el suplemento precioso de un mensaje vacío, enteramente contenido en su intención, puesto que lo que regalo cantando es a la vez mi cuerpo (a través de mi voz) y el mutismo con que lo golpeas. (El amor es mudo, dice Novalis; sólo la poesía lo hace hablar.) El canto no quiere decir nada: por eso entenderás finalmente lo que te doy; tan inútil como la hebra de lana, el guijarro, que el niño tiende a su madre.

 

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296

 
El lenguaje goza tocándose a sí mismo.

 

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295

 
El lenguaje es una piel: yo froto mi lenguaje contra el otro. Es como si tuviera palabras a guisa de dedos, o dedos en la punta de mis palabras.

 

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sábado, 21 de abril de 2007

294

 
Soy parecido a esos chiquillos que desmontan un despertador para saber qué es el tiempo.

 

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293

 
El incidente es fútil (es siempre fútil) pero va a atraer hacia sí todo mi lenguaje. Lo transformo enseguida en acontecimiento importante, pensado por algo que se parece al destino. Es una capa que cae sobre mí arrastrándolo todo. Circunstancias innumerables y tenues tejen así el velo negro de la Maya, el tapiz de las ilusiones, de los sentidos, de las palabras. Me pongo a clasificar lo que me ocurre. El incidente, ahora, se hará notar, como el guisante bajo los veinte colchones de la princesa.

 

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292

 
¿Comprender no es escindir la imagen, deshacer el yo, órgano soberbio de la ignorancia?

 

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291

 
Excluido de la lógica (que supone lenguajes exteriores unos a otros), no puedo pretender pensar bien.

 

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290

 
Separémonos pues un poco, hagamos el aprendizaje desde cierta distancia.

 

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289

 
Perpetuos monólogos a propósito de un ser amado, que no son ni rectificados ni alimentados por el ser amado, desembocan en ideas erróneas sobre las relaciones mutuas, y nos vuelven extraños uno al otro cuando nos encontramos de nuevo y hallamos cosas diferentes a las que, sin asegurarnos de ello, habíamos imaginado. (Del joven Freud a su novia)

 

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288

 
¿Qué quiere decir “pensar en alguien”? Quiere decir: olvidarlo (sin olvido no hay vida posible) y despertar a menudo de ese olvido.

 

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domingo, 15 de abril de 2007

287

 
Un momento muy breve, digamos, separa el tiempo en que el niño cree todavía a su madre ausente y aquél en que la cree ya muerta. Manipular la ausencia es aplazar este momento, retardar tanto tiempo como sea posible el instante en que el otro podría caer descarnadamente de la ausencia a la muerte.

 

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286

 
El lenguaje nace de la ausencia: el niño se agencia un carrete de hilo, lo lanza y lo recupera, imitando la partida y el regreso de la madre: se crea así un paradigma.

 

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285

 
Sé entonces lo que es el presente, ese tiempo difícil: un mero fragmento de angustia.

 

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284

 
Siendo niño, no olvidaba: jornadas interminables, jornadas abandonadas, en que la Madre trabajaba lejos; yo iba, al atardecer, a esperar su regreso a la parada del autobús; muchas veces pasaban los autobuses uno tras otro y ella no aparecía en ninguno.

 

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283

 
Soy irregularmente infiel. Es la condición de mi supervivencia; si no olvidara, moriría. El enamorado que no olvida a veces, muere por exceso, fatiga y tensión de memorias.

 

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282

 
Si se soporta bien esta ausencia, no es más que el olvido.

 

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281

 
Actúo como un sujeto bien destetado; sé alimentarme, mientras espero, de otras cosas que no vienen del seno materno.

 

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sábado, 14 de abril de 2007

280

 
En todo hombre que dice la ausencia del otro, lo femenino se declara: este hombre que espera y que sufre, está milagrosamente feminizado. Un hombre no está feminizado porque sea invertido, sino por estar enamorado. (Mito y utopía: el origen ha pertenecido, el porvenir pertenecerá a los sujetos en quienes existe lo femenino.)

 

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279

 
Es la Mujer quien da forma a la ausencia, quien elabora su ficción, puesto que tiene el tiempo para ello; teje y canta; las Hilanderas, los Cantos de tejedoras dicen a la vez la inmovilidad (por el ronroneo del torno de hilar) y la ausencia (a lo lejos, ritmos de viaje, marejadas, cabalgatas).

 

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278

 
Históricamente, el discurso de la ausencia lo pronuncia la Mujer: la Mujer es sedentaria, el Hombre es cazador, viajero; la Mujer es fiel (espera), el Hombre es rondador (navega, rúa).

 

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277

 
Intuyo que el verdadero lugar de la originalidad no es ni el otro ni yo, sino nuestra propia relación.

 

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276

 
Me tranquilizo al desear lo que, estando ausente, no puede ya herirme.

 

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275

 
La angustia crece; observo su progresión, como Sócrates mientras conversaba (o yo mientras leía) sentía elevarse el frío de la cicuta: la escucho nombrarse, elevarse, como una figura inexorable, sobre el fondo de las cosas que están ahí.

 

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274

 
El discurso amoroso, por lo general, es una envoltura lisa que se ciñe a la Imagen, un guante muy suave en torno del ser amado.

 

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jueves, 12 de abril de 2007

273

 
Del mismo modo que la palabra propia es una amenaza en manos del otro, la palabra del otro camina por sus labios con la pose del pirata. La letra es un territorio copado por los terratenientes; los verdaderos dueños lo han abandonado hace rato, horrorizados frente a sus propias visiones. Lo que nombra queda anclado en el ayer, como si morir nada tuviera que pactar con la memoria.

 

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272

 
La palabra está hecha de una sustancia química tenue que opera las más violentas alteraciones: el otro, mantenido largo tiempo en el capullo de mi propio discurso, da a entender, por una palabra que se le escapa, los lenguajes a los que puede recurrir y que por consecuencia otros le prestan.

 

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271

 
Muy a menudo es por el lenguaje que el otro se altera; dice una palabra diferente, y escucho zumbar de un modo amenazante todo otro mundo, que es el mundo del otro.

 

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270

 
Lo que afirmé una primera vez puedo afirmarlo de nuevo sin repetirlo, puesto que entonces lo que yo afirmo es la afirmación, no su contingencia: afirmo el primer encuentro en su diferencia, quiero su regreso, no su repetición.

 

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269

 
Nacido de la literatura, no pudiendo hablar sino con la ayuda de esos códigos usados, estoy no obstante solo con mi fuerza, consagrado a mi propia filosofía.

 

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268

 
Hago discretamente cosas locas; soy el único testigo de mi locura.

 

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267

 
¿Por qué durar es mejor que arder?

 

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domingo, 8 de abril de 2007

266

 
Estoy exento de toda finalidad, vivo de acuerdo con el azar (lo prueba que las figuras de mi discurso me vienen como golpes de dados).

 

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