sábado, 9 de junio de 2007

333

 
Las habladurías reducen al otro a él/ella, y esta reducción me es insoportable. El otro no es para mí ni él ni ella; no tiene más que su propio nombre, su nombre propio. El pronombre de tercera persona es un pronombre pobre: es el pronombre de la no-persona, ausenta, anula. Cuando compruebo que el discurso ordinario se adueña de mi otro y me lo devuelve bajo las especies exangües de un sustituto universal, aplicado a todas las cosas que no están ahí, es como si lo viera muerto, reducido, colocado en una urna en el muro del gran mausoleo del lenguaje.

 

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