sábado, 13 de enero de 2007

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Es claro que la preeminencia del objeto en este mundo
procede de una voluntad de inventario, pero el inventario
no es nunca una idea neutra; inventariar no es solamente,
como pareciera a primera vista, constatar sino también
apropiarse. La Enciclopedia es un vasto balance de
propiedad; Groethuysen pudo oponer al orbis pictus
del Renacimiento animado por el espíritu de un conocimiento
aventurero, el enciclopedismo del siglo XVIII fundado
sobre un saber de apropiación. Formalmente (esto es
bien evidente en las láminas), la propiedad depende
esencialmente de una cierta división de las cosas:
apropiarse es fragmentar el mundo, dividirlo en objetos
finitos, sujetos al hombre en proporción misma de
su discontinuidad: pues no se puede separar sin finalmente
nombrar y clasificar, a partir de esto nace la propiedad.
Míticamente, la posesión del mundo no comenzó con
el Génesis sino con el Diluvio, cuando el hombre fue
obligado a nombrar cada especie de animales y a ubicarla,
es decir separarla de sus especies vecinas; además,
la Enciclopedia tiene del Arca de Noé una visión esencialmente
pragmática; el arca no es un barco —objeto más o menos
fantasioso— sino una larga caja flotante, un cofre
de ocultamiento; el único problema que esta caja plantea
a la Enciclopedia no es por cierto teológico: es el
de su construcción o, en términos más técnicos, de
su armazón, o más precisamente todavía, de sus ventanas,
puesto que cada una de ellas corresponde a una pareja
típica de animales de esta manera divididos, nombrados,
domesticados (que dejan ver graciosamente sus cabezas
a través de las aberturas).

 

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