domingo, 14 de enero de 2007

031

 
Esta singular vibración es, antes que otra cosa, asombro.
Es cierto que la imagen enciclopédica es siempre clara,
pero en una región más profunda de nosotros mismos,
más allá del intelecto, o al menos en su filo, nacen
preguntas que nos sobrepasan. Veamos la asombrosa
imagen del hombre reducido a su red de venas; a la
audacia anatómica se une aquí la gran interrogación
poética y filosófica: ¿Qué es esto? ¿Qué nombre darle?
¿Cómo darle un nombre? Surgen mil nombres y se desplazan
unos a otros: un árbol, un oso, un monstruo, una cabellera,
una tela, todo lo que desborda la silueta humana,
la distiende, la atrae hacia regiones lejanas de sí
misma haciéndole franquear la división de la naturaleza;
sin embargo, de la misma manera que en el esbozo de
un maestro el desorden de los trazos se resuelve finalmente
en una forma pura y exacta perfectamente significante,
igualmente aquí todas las vibraciones del sentido
concurren a imponernos una cierta idea del objeto;
en esta forma primeramente humana, luego animal y
vegetal, reconocemos siempre una especie de sustancia
única —vena, cabello, hilo— y accedemos a esa gran
materia indiferenciada cuya poesía verbal o pictórica
es el modo de conocimiento.

 

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