martes, 3 de abril de 2007

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Todo enunciado de escritor (aun de los más huraños) comporta un operador secreto, una palabra inexpresada, algo como un morfema silencioso de una categoría tan primitiva como la negación o la interrogación, cuyo sentido sería: “¡y que se sepa esto!”. Este mensaje signa las frases de cualquiera que escriba; hay en cada una de ellas un ruido, un aire, una tensión muscular, laríngea, que recuerda los tres golpes que se dan antes de una función de teatro o el gong de las películas Rank. Hasta Artaud, el dios heteróclito, dice de lo escribe: ¡que se sepa!

 

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