jueves, 29 de marzo de 2007

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Una lingüística aguda no debería ocuparse ya más del “mensaje” (¡al diablo con los “mensajes”!), sino de las acomodaciones, que preceden sin duda mediante niveles y accesos: cada uno doblega su espíritu, como un ojo, para aprehender en la masa del texto la inteligibilidad que necesita para conocer, para gozar, etc. En esto la lectura es un trabajo: hay un músculo que la doblega.

 

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