No la obra, sino las prácticas, las posturas, esa manera de pasearse por el mundo con una libreta de notas en el bolsillo y una frase en la cabeza (como yo veía a Gide deambulando por Rusia o por el Congo, leyendo los clásicos y escribiendo sus carnets en el vagón-comedor, esperando los platos; tal como lo vi realmente, un día de 1939, al fondo de la cervecería Lutétia, comiéndose una pera y leyendo un libro). Pues lo que esta fantasía impone es el escritor tal como uno puede verlo en su diario íntimo, es el escritor sin su obra: forma suprema de lo sagrado: la señal y el vacío.
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miércoles, 28 de febrero de 2007
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