Así como se puede descomponer el olor de la violeta o el gusto del té, ambos aparentemente tan especiales, tan inestimables, tan inefables, en unos cuantos elementos cuya sutil combinación produce toda la identidad de la sustancia, asimismo adivinaba que la identidad de cada amigo, lo que lo hacía amable, dependía de una combinación delicadamente dosificada y, por ello, absolutamente original, de rasgos menudos reunidos en escenas fugitivas, día a día. Cada uno desplegaba así ante él la escenificación brillante de su originalidad.
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martes, 20 de febrero de 2007
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