lunes, 8 de enero de 2007

004

 
Nadie puede, sin preparación, insertar su libertad de 
escritor en la opacidad de la lengua, porque a través 
de ella, está toda la Historia, completa y unida al 
modo de una Naturaleza. De tal manera, para el 
escritor, la lengua es sólo un horizonte humano que 
instala a lo lejos cierta familiaridad, por lo demás 
negativa: decir que Camus y Queneau hablan la 
misma lengua es presumir, por una operación 
diferencial, todas las lenguas, arcaicas o futuristas, 
que no hablan: suspendida entre formas aisladas y 
desconocidas, la lengua del escritor es menos un 
fondo que un límite extremo; es el lugar geométrico 
de todo lo que no podría decir sin perder, como 
Orfeo al volverse, la estable significación de su 
marcha y el gesto esencial de su sociabilidad.

 

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